lunes, 11 de abril de 2016

Montico Loco

Brillaba el sol. El sector cuatro, la cuarta fase, o como quiera que se llame aquel lugar, se nos quedó pequeño. Más allá de los límites urbanizados pusimos en marcha el conocido lanzapatatas. De nuevo volvimos a sorprendernos de la potencia del artefacto. Si se ajusta bien el patataceo proyectil y la dosis de laca está bien medida, el resultado es más que satisfactorio. Todo iba sobre ruedas hasta que la conjunción de diversos factores terminó por dividir la armónica unidad del lanzapatatas. Para que no pueda decirse que desde la redacción de la revista encubrimos a nadie, diremos ─sin acritud alguna─ que el nombre del factor principal empieza por “C” y termina por “arlos”. Muerto el perro, se acabó la rabia. Y roto el lanzapatatas, comenzó una merienda espectacular a la que nos vimos “sometidos” sin previo aviso. No transcribimos el menú en esta crónica para no poner los dientes largos a quienes no pudieron asistir. El poco espacio que nos queda será para dar las gracias a Jorge, el cheff de la ocasión.